Fortuna, considerada entre los romanos como la diosa que controlaba el destino de los hombres, ocupaba un lugar de importancia, especialmente entre las clases menos acomodadas. Su influencia se extendía sobre la buena suerte y el infortunio, teniendo el poder de determinar el éxito o la desgracia en la vida de las personas.
Templos Sagrados y Oráculos
Aunque su papel en la mitología clásica no es de los más destacados, Fortuna era objeto de veneración en muchos templos romanos. Un ejemplo notable era el santuario construido en el siglo II a.C. en Praeneste, hoy conocido como Palestrina, ubicado a unos 50 km al este de Roma. Este lugar sagrado permitía a la gente consultar el oráculo de Fortuna para conocer y comprender su destino.
Una Diosa Caprichosa con los ojos vendados
La representación visual de Fortuna ha perdurado en la historia del arte. Se la describe con una venda en los ojos, simbolizando su actuar indiscriminado. En diversas pinturas y esculturas, los objetos que la rodean, como la bola y la rueda en «La rueda de Fortuna», subrayan su naturaleza caprichosa. Esta característica sugiere que las bendiciones o desventuras que otorga no siguen un patrón predecible, sino que son determinadas al azar.
La Cornucopia: Símbolo de Abundancia y Riqueza
Otro atributo distintivo de Fortuna es la cornucopia, conocida como el «cuerno de la abundancia». Este símbolo refleja su capacidad para otorgar grandes riquezas a aquellos a quienes elige como protegidos. La cornucopia se convierte así en un emblema de prosperidad y fortuna, destacando la relación entre la diosa y la generosidad material.
El Culto a Fortuna
Aunque Fortuna no ocupaba un lugar central en la mitología romana, su culto trascendía las creencias míticas. La gente común, en particular, buscaba su favor a través de rituales y ofrendas en los templos dedicados a ella. La incertidumbre de la vida cotidiana llevaba a muchos a buscar la orientación de Fortuna, depositando su fe en la esperanza de un destino favorable.
La Dualidad de Fortuna: Un Poder Ambivalente
Fortuna personificaba una dualidad intrigante. Su capacidad para otorgar tanto la prosperidad como la adversidad la convertía en una fuerza impredecible. La venda en sus ojos simbolizaba la imparcialidad con la que distribuía sus dones y castigos. Este aspecto arbitrario generaba una mezcla de temor y devoción entre aquellos que la adoraban.
Fortuna, aunque no destacara entre las divinidades principales, ocupaba un lugar esencial en la psique colectiva romana. Su culto trascendía la mitología para convertirse en una expresión de la necesidad humana de comprender y negociar con las incertidumbres de la vida. La diosa, con su venda en los ojos, permanece como un recordatorio perenne de la volatilidad del destino y la búsqueda constante de guía en un mundo incierto. Su historia, marcada por la dualidad y la ambivalencia, refleja la complejidad de la experiencia humana ante las fuerzas que dan forma a nuestras vidas.
