Como principal representante de los gigantes, Ymir encabezó su bando en el inevitable enfrentamiento con Odín, Vili y Ve. La guerra fue larga y difícil, y no terminó hasta que éstos últimos lograron derribarle y matarle. Al desangrarse, el gigante ahogó a toda su familia excepto al más joven de entre ellos, Bergelmir (el vociferante rocoso), quien, nadando entre las olas de espesa sanguinolencia, logró ponerse a salvo, y, con él, a su mujer. De esta última pareja de gigantes descienden los ogros, trolls y orcos diversos que pueblan las montañas.
Para festejar su victoria, y para aprovechar los restos de Ymir en un universo donde no existe la basura porque nada se desprecia, Odín y sus hermanos se dedicaron a descuartizar, acuchillar y moldear los trozos del cadáver con objeto de crear la tierra. No es ésta, ni mucho menos, la única mitología que explica la construcción del mundo a partir del desmembramiento de un ser colosal. Sin embargo, resulta muy explícita al describir el proceso.
Creación de la Tierra
Con la carne de Ymir, los hijos de Bor crearon colinas, llanuras y estepas, así como las cuencas de los ríos, los mares y los lagos. Con su sangre, llenaron estas cuencas. Con sus dientes y sus huesos, fabricaron rocas y montañas. Con su pelo, los árboles y los arbustos.
Finalizadas las primeras tareas, se sorprendieron al ver surgir del interior de la tierra una raza nueva, la de los enanos, que según los antiguos escaldos se podría decir que nació por «generación espontánea», apareciendo sobre la faz del joven mundo «igual que los gusanos salen de dentro de los cadáveres corruptos». Odín y sus hermanos los utilizaron para proseguir su obra.
Creación del Cielo
Por ejemplo, hasta entonces no habían podido resolver el problema de cómo sujetar la cúpula del firmamento, que no era otra cosa que el cráneo de Ymir, pero con la llegada de los enanos escogieron a cuatro de ellos y apostaron a cada uno en sendas esquinas del mundo para sujetar la nueva bóveda celeste. En agradecimiento por su ayuda, recibieron los nombres de las cuatro direcciones: norte, sur, este y oeste (es interesante constatar que el enano del este se llamaba Austri, lo que nos remite inevitablemente a Austria, que, en alemán, se dice Ósterreich, o el Reino del Este. Para la comunidad germánica, Austria nunca fue un país diferente sino una parte de sí misma. Más tarde, Odín convenció a un gigante para que se apostara, transformado en águila, en una de estas esquinas y, batiendo sus alas, creara los vientos. Con las corrientes de aire se desparramaron los sesos de Ymir, que de esta forma se transformaron en las nubes.
A fin de iluminar el cielo, los dioses recogieron un puñado de cenizas y chispas provenientes de Muspellheim y las depositaron en lo más alto, donde se convirtieron en lo que luego los hombres llamaron estrellas. Pero no bastaba con ellas. Había que buscar una forma de iluminar mejor el mundo en construcción…
Creación del Día y la Noche
Los hijos de Bor se fijaron entonces en la bella hija de uno de los primeros gigantes. Se llamaba Noche y tenía la tez oscura y el cabello negro. Noche había disfrutado de tres amantes pero sólo llegó a parir un hijo del último de ellos, Delling (Albo), de rubio cabello y apariencia brillante. Este hijo, al que llamó Día, había salido a la rama paterna: hermoso y de melena dorada. Los dioses pensaron que nadie mejor que madre e hijo para alumbrar su creación y les ofrecieron el honor de regir cada jornada. Así, durante doce horas, Noche recorrería los cielos a bordo de su carro celeste, tirado por dos caballos al galope, y, durante otras doce, Día haría lo propio. Para los nórdicos, igual que para los célticos, el tiempo se contaba al revés de lo que hacemos en la actualidad: la noche precedía siempre al día. Y también de la misma forma que para ellos, el sol era una diosa femenina y la luna un dios masculino (aún hoy, en alemán, se traduce die Sonne, la Sol, y der Morid, el Luna…). Los nombres de los dos caballos que tiraban del carro solar fueron utilizados por numerosos humanos para bautizar a sus propias monturas: Aruakr (Madrugador) y Alsvinnr (Rapidísimo).
Repartición de la Tierra
Con los cimientos del mundo ya en pie, los hijos de Bor se dedicaron a repartir las tierras.
Para los Gigantes
Primero otorgaron Jotunheim (la tierra de los gigantes) a los descendientes del coloso primigenio para que se quedaran allí colonizándola y no los molestaran. A fin de asegurarse de que se quedaban encerrados en su especie de reserva india, los dioses dispusieron alrededor un impenetrable bosque de hierro así como unos anchos ríos que nunca se helaban y por tanto no podían ser cruzados.
Para Los Hombres
Luego cogieron las cejas de Ymir y con ellas construyeron una fortificación redonda, con unas murallas como acantilados, y la llamaron Midgardr (la tierra del medio). Más tarde destinarían este lugar para que fuera habitado por los hombres. Utgardr es el mundo de los demonios y los seres maléficos en general, el inframundo.
Para los Muertos
No obstante, los muertos que no merecieron la eternidad junto a los dioses no van allí, sino a otra región específicamente concebida para ellos y que se extiende por debajo de Midgardr: al reino de Hel. Allí existe una isla llamada Naastrand (la playa de los cadáveres) y sobre ella se alza una gran cámara de tortura que siempre queda fuera del alcance de la luz solar, porque sus puertas dan al norte. A primera vista, sus muros y tejados parecen confeccionados con mimbre, pero cuando uno se acerca lo suficiente se percata de que en realidad son serpientes envenenadas cuyas mandíbulas rezuman veneno por los colmillos para quemar a los asesinos, los adúlteros, los que juraron en falso…, todos los miserables en vida que allí se amontonan para ser castigados. En la orilla de este siniestro lugar se construye un drakkar muy especial: Naifarer Nalfgar, con el cual las hordas del mal asaltarán Asgardr en la batalla del fin del mundo. Esta embarcación está confeccionada con un único material: las uñas de los muertos. Por este motivo los antiguos germano-escandinavos cortaban las mismas a sus difuntos antes de incinerar sus cadáveres. Un solo puente conduce a los infiernos de Hell: el Gjallarbru, cubierto de oro reluciente y custodiado por una virgen.
Para Los Dioses
La tierra más maravillosa de todas la guardan los dioses para sí mismos: es Asgardr, su residencia. Lo primero que construyeron allí fue Gladsheim (el hogar gozoso), del que se asegura que nunca se levantó un edificio más bello y refinado. En su interior había doce tronos, uno de ellos más alto que el resto, destinado a Odín como jefe de las divinidades. Luego construyeron Vingolf (suelo amistoso), un centro de reunión para las diosas. También instalaron un taller para practicar los trabajos manuales, pues éstos siempre fueron considerados honorables y útiles, entre otras cosas porque permitían fabricar las armas que necesitaban para luchar contra gigantes y monstruos. Allí trabajaron todo tipo de metales pero sobre todo el oro, con el que se hicieron todos sus utensilios. Los más materialistas dicen que ésa fue la razón por la que a esta primera época del mundo se la llamó la Edad de Oro, pero en realidad el oro físico servía más bien para simbolizar el oro espiritual del que disfrutaban en forma de dones como la inmortalidad, el amor o la alegría de vivir… En el centro de Asgardr se extendía la llanura de Idavale, adornada por sus colonias y valles, y por supuesto por los espléndidos palacios de cada uno de los dioses. Uno de los más conocidos era el de Bilskirnir (Rayo), el castillo de Thor.
Y para enlazar Asgardr, la tierra de los dioses, con Midgardr, la tierra de los hombres, se construyó Bifrost o Asbru (el camino tembloroso), el más hermoso de los puentes que nunca nadie pudo concebir. Los humanos lo conocen con el nombre de Arco Iris. Los dioses lo recorrían al galope a diario para ir a impartir justicia. Todos, menos Thor, que prefería ir corriendo, pues el trueno y el relámpago que acompañan a su carro hubiera quebrado la delicada estructura de Bifrost.