Se ha dicho que Teotihuacán fue creada por un pueblo anterior al tolteca del que nada se sabe. Los datos legendarios recogidos afirman que las pirámides fueron hechas por los dioses que vivían en Teotihuacán en una época remota en que no existían hombres en la Tierra, y que para crear al género humano fue necesaria la creación del quinto Sol. Pero da la casualidad de que ese quinto Sol está simbolizado por Quetzalcóatl, y todos los documentos señalan la paternidad tolteca de este mito.
Si de los toltecas han quedado tan profundas huellas, y los supuestos teotihuacanos son una invención a falta del menor indicio que les adjudique la construcción de Teotihuacán, será lícito recordar lo que la Historia nos ha enseñado más de una vez: que las grandes obras sólo a grandes pueblos corresponden, y que las ruinas más importantes de México sólo pueden ser debidas al pueblo pre-coloniales que nos ha dejado ejemplos de mayor potencia espiritual creadora: los toltecas.
En el principio, era el hombre.
Sahagún relata que “En esta ciudad (la Tollán ignorada que nosotros identificamos con Teotihuacán) reinó muchos años un rey llamado Quetzalcóatl. . . (que) fue extremado en las virtudes morales”.
En efecto; las fuentes históricas hablan de un señor de los toltecas, y a juzgar por sus obras y por su concepto de la existencia, “la más grande figura en la Historia antigua del Nuevo Mundo”, según Spinder.
Nos encontramos, pues, una vez más, con la deificación tras de su muerte de un ser humano de excepcionales cualidades. No sabemos cuál fue su nombre antes de ser convertido en dios, ya que como después veremos, Quetzalcóatl (que quiere decir Serpiente Emplumada, Serpiente Alada o Pájaro Serpiente) es un nombre simbólico que explica, justamente, la esencia de su doctrina. Pero lo que sí conocemos es lo que perduró en la memoria de los pueblos posteriores en relación con lo que él hizo en bien de los humanos. Alfonso Caso, en su obra El pueblo del Sol, dice así:
“Les enseña (a los hombres) la manera de pulir el jade y otras piedras preciosas y de encontrar los yacimientos de estas piedras; a tejer las telas policromas; a fabricar los mosaicos con plumas de quetzal, del pájaro azul, del colibrí, de la guacamaya y de otras aves de brillante plumaje. Pero sobre todo, enseñó al hombre la ciencia, dándole el medio de medir el tiempo y estudiar las revoluciones de los astros; le enseñó el calendario e inventó las ceremonias y fijo los días para las oraciones y los sacrificios.”
Su nacimiento forma parte ya del propio mito, del cual hablaremos después. Pero vale la pena señalar lo que cuenta la leyenda para comprender cómo la excelsitud de su vida auténtica hizo que después se quiso que naciese de la pureza misma. Así, los Anales de Cuauhtitlán afirman que la madre de Quetzalcóatl lo concibió porque se tragó un chalchihuitl (una especie de jade), cosas que nos hacen recordar en el acto el misterio cristiano de la Encarnación. La leyenda azteca cuenta a su vez, que la mujer elegida tuvo a Quetzalcóatl después de haber guardado en su seno una pluma blanca, que encontró mientras barría el templo.
La doctrina de Quetzalcóatl.
Todo es dualidad. En todas las cosas existen dos rostros. En todo lo creado se encuentra un cimiento material y una chispa de espíritu divino. La historia de la creación del mundo, tal como aparece en el mito de los Soles, es el relato de la ascensión de la Naturaleza a través de las destrucciones sucesivas de lo imperfecto. Los principios mismos de la vida, los elementos contrarios simbolizados por el agua y el fuego, se unen para que la Tierra nazca. El hombre, que es también en la religión tolteca el rey de la creación, está igualmente formado por la materia y por el espíritu, y su más alto objetivo es alcanzar la unión de estos elementos que viven juntos en su cuerpo.
La vida del hombre no es más que una lucha permanente entre la materia y el espíritu, por alcanzar la unidad purificadora que le permitirá llegar al dios supremo, el padre Sol, el rey de los que vuelven triunfantes al centro de su origen divino. La victoria de la materia o del espíritu decidirá el fin de su destino, cuando el hombre arribe a la hora de su muerte. Si la vencedora es la materia, el espíritu quedará aniquilado. Si por lo contrario queda vencedor el espíritu, el cuerpo (según la certera expresión de los antiguos textos) “florece”, se incorpora el Sol y aumenta la luz purísima de éste con la aportación de su pureza.
Así como al hombre amenaza siempre el peligro del triunfo final de su materia y la destrucción de su espíritu, de igual manera el padre Sol, creador de todo lo existente, puede morir aniquilado si no recibe de los hombres el alimento espiritual que son las almas triunfantes a la hora de la muerte. El Sol presta a cada hombre parte de su propia luz. Si los hombres no derrotan su parte material, les será imposible devolver a su creador la pureza luminosa que les fue prestada. En este caso el Sol puede morir debilitado por esta entrega generosa de su luz, que la maldad destruye en los hombres sus hijos y que, por tanto, no puede regresar a él.
Como podemos ver, estamos ante una doctrina religiosa de la más alta jerarquía, ya que el hombre está obligado a vivir una existencia pura, devota, consagrada a la mayor gloria de dios.
El mito de Quetzalcóatl
El rey de la antigua Tollán pasa a ser ya dios y hombre, mucho más lo primero que lo segundo. La leyenda mítica lo sitúa gobernando a su pueblo con su sabiduría extraordinaria y su pureza ejemplar. Tan puro era el rey de los toltecas que prácticamente carecía de cuerpo material, y gracias a ello no podía caer en el pecado.
Pero he aquí de nuevo la presencia de un contrario, hermano y enemigo suyo al mismo tiempo, señor del Cielo Nocturno y símbolo de la impura materia. Este dios terrenal y humano era Tezcatlipoca, y su misión fue lograr que el rey Quetzalcóatl, que había nacido puro, recorriese también su propio sendero de amargura, pecase y venciese al pecado, para alcanzar como los hombres elegidos la perfección y el camino de retorno hacia el Sol. He aquí la historia de su caída. Tezcatlipoca, junto con otros dioses, dijo: “Hagamos pulque; se lo daremos a beber para hacerle perder el tino y que ya no haga penitencia.” Y agregó el dios del Cielo Nocturno: “Yo digo que vayamos a darle su Cuerpo.”
¡Qué profundo sentido tiene esto! Devolver a Quetzalcóatl su cuerpo era darle una condición puramente humana, propensa, por tanto, a escuchar la oscura llamada de su parte material. Es arrancarle el predominio del espíritu y dejarlo entre las asechanzas del mal en condiciones semejantes a las de cualquier hombre.
Tras acordar ambas cosas, Tezcatlipoca envolvió un espejo, pidió permiso en la puerta del palacio para ver al rey y cuando estuvo ante él, le dijo:
—Quetzalcóatl, yo te saludo y vengo a hacerte ver tu cuerpo.
—¿Qué es eso de mi cuerpo? —preguntó el rey de Tollán.
Entonces, Tezcatlipoca desenvolvió el espejo y se lo puso al rey ante el rostro.
—Mírate y conócete.
Quetzalcóatl contempló su cuerpo por vez primera y recobró así su condición puramente humana. Después, a instigación de su enemigo, se emborrachó, y durante su embriaguez cometió el pecado carnal con la bella Quetzalpétatl.
Muerte y resurrección de Quetzalcóatl
Cuando al día siguiente despertó lloró por su desgracia, empezó a cantar una triste canción y tras de él cantaron tristemente sus servidores. Después les dijo:
—Voy a dejar mi pueblo, me voy. Mandad que hagan una caja de piedra.
Labraron, pues, una especie de sarcófago y Quetzalcóatl estuvo acostado en él durante cuatro días. Se levantó entonces y ordenó:
—Vámonos. Cerrad por todas partes y esconded las riquezas y cosas placenteras que hemos descubierto y todos nuestros bienes.
Después, dicen los Anales de Cuauhtitlán, “llamó a todos sus pajes y lloró con ellos. Luego se fueron a Tlillán Tlapallan, el quemadero . . .”
Y “habiendo llegado a la orilla celeste del agua divina (es decir, a la orilla del mar) se paró, lloró, cogió sus arreos, aderezó su insignia de plumas y su máscara verde . . . Luego que se atavió, él mismo se prendió fuego y se quemó… Se dice que cuando ardió, al punto se encumbraron sus cenizas, y que aparecieron a verlas todas las aves preciosas que se remontan a visitar el cielo … Al acabarse sus cenizas, al momento vieron encumbrarse el corazón de Quetzalcóatl… Decían los viejos que se convirtió en la estrella que al alba sale … (y por eso) lo nombraron Señor del Alba. Decían que cuando él murió, sólo cuatro días no apareció, porque entonces fue a morar entre los muertos … A los ocho días apareció la gran estrella que llaman Quetzalcóatl. Y añadían que entonces se entronizó como Señor”.
He aquí cómo Quetzalcóatl, tras de haber pecado como hombre, alcanza su fusión en el padre Sol gracias a su propio sacrificio, al triunfo final de su espíritu sobre la materia en las llamas purificadoras del fuego. Quetzalcóatl subió al cielo y se convirtió en la estrella Venus.
Más tarde, los aztecas transformaron y desvirtuaron la idea puramente espiritual de alimentar al padre Sol con el espíritu del hombre, liberado de sus raíces materiales, y la substituyeron por los sacrificios humanos, en los cuales el corazón sangrante de los inmolados vino a ocupar el lugar del alma en su alianza con la suprema fuente de luz. Pero esto, como ha dicho bien la investigadora Laurette Séjourné, fue la traición a Quetzalcóatl.